Debido a los 2 workshops que hice en estos años en Roseti, tuve la oportunidad de conocer ambas sucursales (ahora está también en Palermo).
Es un lugar que tiene club de fans de lo más fieles, gente del barrio, u otros que se acercan hasta ahí sólo por la frescura de sus panes.
Antes de ir, estaba en mi lista de pendientes eternos, y al haber ido finalmente me convencí de que hay cosas que no valen la pena el traslado.
Ambos lugares son muy agradables, acogedores, muy bien puestos e invitan a entrar. Una vez adentro es más de lo mismo que encontramos en cualquiera de los 100 barrios porteños: panificación excelente, un par de buenos jugos/limonadas, algunos platos ricos y atención lentísima, mala y totalmente desorganizada. Creo que sin este ingrediente, los locales modernos fracasarían... Rarísimo, pero esta parece ser una característica a la que ya estamos acostumbrados, y nos sorprende cuando es lo contrario.
Definitivamente si andan por la zona es el lugar para ir, pero si están en la otra punta de la ciudad, no vale el viaje.